23 mayo 2010

Impresionante testimonio de un superviente Judio

Ha cumplido 87 años y los ojos se le siguen llenando de lágrimas cuando cuenta lo que vivió en Auschwitz-Birkenau. Shlomo Venezia, judío sefardita, nacido en Salónica en 1923, pero de nacionalidad italiana, fue durante ocho meses y medio, desde abril de 1943 hasta diciembre de 1944, miembro de los Sonderkommandos, los comandos especiales formados por prisioneros judíos que se encargaban de aplicar la solución final moviendo los engranajes de la máquina del exterminio nazi. "El mecanismo funcionaba como una cadena de montaje", recuerda. "Unos acompañaban a los prisioneros que llegaban desde los trenes hasta las cámaras de gas; los ayudaban a desvestirse y a entrar en aquel sótano; cuando morían, 10 o 12 minutos después, sacaban los cadáveres, y otros les cortábamos el pelo, les quitábamos los dientes de oro y luego los metíamos en los hornos crematorios".

La infernal rutina ideada por los jerarcas nazis para convertir en ejecutores a los propios judíos ha perseguido a Venezia durante toda su vida. "Nunca se sale del campo, todo te recuerda a aquello", explica en un perfecto castellano que en realidad es ladino, el dialecto de los judíos de origen español. "Da igual cualquier cosa que hagas, lo que sea que veas o pienses, todo devuelve tu espíritu al mismo lugar".
Shlomo Venezia fue uno de los 70 supervivientes de los comandos especiales. "Durante mi estancia mataron a 741 de los nuestros". Antes de que llegaran los rusos a Auschwitz, Venezia logró escapar y llegar hasta Mauthausen. Desde allí viajó a Italia. Pasó siete años en el hospital, enfermo de los pulmones, y permaneció 47 años en silencio, sin poder asumir su experiencia. Un día de 1992, Venezia se dio cuenta, viendo en Roma una exposición de Anna Frank, de que volvía un clima antisemita. Animado por su alegre y valerosa mujer, Marika, una judía húngara 15 años más joven que él, con la que tuvo tres hijos y que desde hace 21 años se ocupa de la modesta tienda de ropa y bolsos de la familia situada a 50 metros de la Fontana de Trevi, el superviviente empezó a narrar su historia.
Desde entonces no ha dejado de hacerlo; en cientos de escuelas italianas y en los Viajes de la memoria a Auschwitz que organiza el Ayuntamiento de Roma -gracias a una iniciativa de Walter Veltroni- desde hace un par de décadas. "Shlomo ha ido ya 54 veces a Auschwitz", cuenta su esposa mientras esperamos en la tienda a que llegue su marido. "La primera vez que le invitaron dijo que no, pero al final se decidió a ir con un amigo para darse fuerza mutuamente. Pasó casi 50 años en silencio... No fue fácil. Cuando bañaba a los niños y le preguntaban qué era ese número tatuado en el brazo, les decía: 'Es el teléfono de una novia que tuve".
En 2006, Venezia se decidió a poner por escrito su testimonio, tan singular como crucial para desmentir a los negacionistas. Concedió una larga entrevista a la periodista francesa Bèatrice Pasquier, publicada como libro en enero de 2007 por la editorial Albin Michel con un prólogo de Simone Veil, ex ministra francesa y ex presidenta del Parlamento Europeo. Tras ser traducido a 19 lenguas, el alegato de este hombre honesto y limpio, injustamente acusado por otros supervivientes de haber colaborado con los nazis, llega ahora a España con el título de Sonderkommando. En el infierno de las cámaras de gas (RBA Editores).
Conociendo a Venezia, cobra más sentido lo que escribió en el prólogo Simone Veil, superviviviente de Auschwitz: "La fuerza de este testimonio se debe a la irreprochable honestidad de su autor, que sólo cuenta lo que él mismo ha visto, sin omitir nada".

Pregunta. ¿Cómo mantuvo su familia el ladino, viviendo en Grecia y siendo italianos?

Respuesta. No he reconstruido mi árbol genealógico, pero sé que fuimos expulsados de España por los Reyes Católicos y que acabamos en Italia. Otros fueron a Marruecos. Los judíos de entonces no tenían apellidos. Se llamaban Isaac, hijo de Salomón, por ejemplo. Muchos tomaron el nombre de las ciudades donde se instalaron. Por eso nosotros nos llamamos Venezia. En casa hablamos siempre ladino, aunque desde Italia se fueron a Salónica, no sé cuándo. Yo lo hablé hasta que hace siete años murió mi hermana. Una vez fui a España [adonde volverá el próximo día 26, con motivo de la publicación de su libro [y para un homenaje organizado por Casa Sefarad-Israel] a hablar de mi historia y un hombre me dijo: "Ha usado usted palabras que no se oían aquí desde hace 500 años". Por ejemplo, 'condurias', que quiere decir zapatos.

P. ¿Cómo era su vida en Grecia hasta que fue deportado?

R. Éramos muy pobres. Los judíos vivíamos en chabolas de hojalata en diversos barrios de Salónica. Mi hermano mayor estaba en Italia estudiando con una beca del consulado. Mis tres hermanas y yo estudiábamos en el Colegio Italiano. Mi padre murió de repente cuando yo tenía 11 años. Entonces tuve que dejar de estudiar para ayudar a mi madre. En 1938, mi hermano volvió a casa debido a las leyes raciales de Mussolini. Los alemanes habían ocupado Grecia y yo me dedicaba al estraperlo de tabaco. Se lo cambiaba a los soldados por medicinas para la malaria. La mitad las vendía para comer y la otra mitad para comprar más tabaco. Ahí aprendí un poco de alemán.

P. Le detuvieron en abril de 1944. ¿Qué pasó?

R. Estábamos en Atenas, bajo la ocupación italiana. A primeros de marzo promulgaron una ley que obligaba a los hombres judíos a pasar cada viernes por la comunidad para firmar en un registro. Un viernes nos encerraron allí y ya no pudimos salir más. Luego nos llevaron a la cárcel de Haidiri y en el patio encontramos a la familia. Nos dijeron que nos iban a mandar a Alemania y que nos darían una casa. Que los hombres tendríamos trabajo y las mujeres cuidarían de los niños. Una mañana nos llevaron al tren. No sabíamos nada de Alemania. No teníamos radio ni nada. Era el 1 de abril.

P. ¿Cómo fue el viaje?

R. Duró 11 días, no se acababa nunca. La Cruz Roja de Atenas nos dio unos paquetes con comida antes de salir y gracias a eso logramos llegar vivos. En mi vagón íbamos 65 personas. En total seríamos 1.500. Cuando llegamos a la Rampa de los Judíos, un lugar desde el que no se veía ni Auschwitz ni Birkenau, que era donde estaban los cuatro hornos, hicieron la selección. Eligieron a 320 hombres para trabajar y a 113 niñas para coser ropa. A los demás no los volvimos a ver.
P. Su madre y sus tres hermanas murieron ese mismo día.

R. Según supe días después, mi madre y mis hermanas menores, Marika, de 14 años, y Marta, de 11, fueron asesinadas con el gas Zyklon B a las dos horas de llegar. Al día siguiente le pregunté a un preso polaco y me dijo que no pensara en eso, que descansara y que ya me lo dirían. Le insistí, me cogió del brazo, me sacó fuera a ver la chimenea humeante y me dijo: "Todos los que vinieron contigo se están liberando". No supe qué pensar. Días después vi que tenía razón. Mi hermana mayor, Rachel, fue seleccionada para trabajar y se salvó. Ella nunca quiso hablar ni oír hablar del campo. Cuando todo acabó, tardé 12 años en encontrarla. Se fue a Grecia y luego a Israel porque estaba allí su novio, un francés al que conoció en Auschwitz. Murió hace siete años.

P. ¿Y su hermano?

R. Cuando los rusos liberaron el campo no nos vimos. Supe que estaba vivo y que había ido a Roma. Tardé siete años en verle. Tampoco quiso contar nunca nada. Casi nadie quiso contar nada nunca. Tampoco mis primos. Sólo yo pude.

P. ¿Empezaron enseguida a trabajar?

R. Al día siguiente. Primero nos cortaron el pelo y nos afeitaron el cuerpo entero, para purificarnos, supongo. Cada vez que llegaba un tren era el mismo rito. Muchos días llegaban cuatro o cinco trenes. Había dos médicos que te examinaban: te miraban por detrás, y si veían que tenías las carnes del culo flojas, te ponían aparte para darte un tiro en la nuca. A los demás nos duchaban y nos pasaban a una mesa larga donde nos tatuaban el número en el brazo. El mío es el 182.727. Después te daban la ropa de un muerto, por aquella época ya no quedaban uniformes. Ahí le pregunté a uno de Salónica por mi hermano y me dijo que se había salvado con dos primos.

P. ¿Luego qué pasó?

R. Nos metieron en el barracón de la cuarentena. Si estabas enfermo, te descartaban. Tenían menester de personas para trabajar. Un día vinieron a buscar a 80 personas y yo dije que sabía hacer de barbero. No era verdad, pero todos dijimos lo mismo. Pasamos tres semanas en el campo de trabajo, barracones 9 y 11, rodeados por una alambrada de espino. Un polaco me explicó lo que pasaba. "Somos el comando especial y hacemos esto y esto". Mi obsesión era comer. Me dijo que los que trabajaban en el comando comían un poco más que los demás. Y que cada tres meses hacían la selección para que no hubiera testigos.

P. Y empezó a trabajar de barbero.

R. Me dieron unas tijeras muy grandes, como de poda. Cortaba el pelo de las mujeres muertas. Usaban los cabellos para hacer ropa, y también para fabricar moquetas para los submarinos. Un amigo dijo que era dentista y le dieron unas pinzas y un espejito para quitar el oro de la boca de los muertos. Trabajábamos 12 horas al día. Una semana de noche y otra de día. Era uno de los mejores horarios.

P. ¿Los que llegaban sabían que iban a morir?

R. Nadie lo sabía. Te decían que ibas a la ducha y luego a la casa. Te asignaban una percha para la ropa con un número, y te decían que lo recordaras para que no te lo robaran. La capacidad de la cámara de gas era de 1.450 personas, pero muchas veces metían a 1.700. Los comandos les ayudaban a desvestirse y les acompañaban hasta la única puerta. El gas lo metían los alemanes desde fuera por unas trampillas del sótano; venían en un coche con el emblema de la Cruz Roja para engañarles, sacaban una caja de metal, la abrían y metían en los agujeros las piedrecitas impregnadas de ácido cianhídrico. Con el calor de la gente, las piedras soltaban vapor, y por eso los más fuertes trataban de trepar a lo más alto para salvarse. Morían como moscas. Desde fuera, un alemán miraba por la mirilla y encendía la luz para ver si todavía estaban vivos.

P. ¿Y luego llegaba el turno de los barberos?

R. Primero tenían que sacar los cuerpos desde la cámara hasta el atrio, donde estábamos los barberos y los dentistas. Era difícil sacarlos, porque los cuerpos estaban atenazados unos con otros. Cuando nosotros terminábamos el trabajo, se subían los cuerpos en el ascensor hasta los hornos. Cada horno tenía tres bocas, y se metían los cuerpos de dos en dos en cada boca. Esos turnos duraban también 24 horas.

P. Coincidió usted en el campo de exterminio con Primo Levi [escritor judío italiano autor, entre otros libros, de Si esto es un hombre, un relato sobrecogedor sobre su estancia en Auschwitz] . ¿Qué le parece lo que escribió sobre los comandos especiales?

R. Primo Levi hizo cosas que no debió hacer. Escribió mal de los que trabajábamos allí. Dijo que éramos los cuervos negros. ¡Ojalá hubiera sido yo un cuervo negro para poder salir volando de allí! Mejor eso que dejar de ser persona y convertirte en un número. No teníamos elección. Trabajando no pasabas frío, dormíamos junto a los hornos, y comías un poco más. Mientras yo estuve allí, entre septiembre y noviembre de 1944, mataron a 741 sonderkommandos. Y antes de que yo llegara, a algunos cientos más. De más de 1.000, solo nos salvamos 70 u 80. Y con mucha suerte.

P. ¿Y cómo es posible soportar eso casi nueve meses, formar parte del engranaje?

R. La primera semana no entendías cómo no te volvías loco. Tenías un pedazo de pan en la mano y pensabas: "Con esta mano he tocado a los muertos". Luego, el cerebro cambia, te conviertes en un autómata, no piensas, sólo esperas no toparte con gente que conoces, cuando veías un conocido era terrible. Yo me encontré con mi primo León cuando ya llegaban los rusos, el último día. Me llamó y casi no le reconocía. Hablé con un alemán, le pedí que lo salvara, me dijo: "Aquí no se salva nadie". "León, no hay nada que hacer", le dije, y le pregunté si tenía hambre. Subí a buscarle una lata de sardinas y se la comió en un segundo. Me preguntó cómo iba a morir, si duraba mucho, le acompañé a la cámara de gas y luego le saqué...

P. ¿Usted se ha sentido o se siente culpable de haber sobrevivido?

R. No me siento culpable de nada... Tuve suerte. A los que no querían trabajar los mataban, a los que trabajaban, también. Para ellos, matar a 100 o 1.000 era la misma cosa. A veces llegaban tantos que los mataban a todos sin seleccionar a nadie. Otras veces había tantos trenes, que los dejaban allí y se morían dentro antes de salir.

P. ¿Cómo fue el final?

R. Dieron orden de limpiarlo todo para no dejar pruebas. Empezaron a destruir los hornos, cada día usaban a 1.000 niños para quitar las tejas. Cuando dieron la orden de evacuar, fuimos andando tres kilómetros desde Birkenau hasta Auschwitz, allí la gente estaba loca de contenta. Los de los comandos íbamos juntos, nos metieron en un barracón, y a medianoche entró un alemán preguntando quién había trabajado en los comandos, pero nadie dijo nada. A las cinco empezó la marcha de la muerte. Al que se caía, lo mataban. Solo quedaron atrás los enfermos, no los podían enterrar. Anduvimos dos días a pie, durmiendo al raso, hasta Mauthausen... Luego vine a Italia, conocí a Marika, tuve tres hijos estupendos...

P. Y finalmente se animó a contarlo.

R. Nunca encontré a nadie que me contara nada. Ni mi hermana, ni mi hermano, ni mis primos quisieron hablar... En Israel conocí al jefe del comando que nos salvó la vida, pero ya estaba muy mayor.... Sólo quedaba yo...

Fuente: Articulo Dominical del Pais

El metodo ZP

Con un poco de humor sale esta viñeta en el diario Publico a cargo de Manel fontdevilla

Fuente: Viñetas del Diario Publico de Manel Fontdevilla

21 mayo 2010

Maltrato

Pena
Los ojos entristecidos de la mujer denotaban la pena y el calvario que padecía, tres años llevaba con ese malnacido y no se atrevía a dejarlo por miedo a las consecuencias. Una y otra vez maldecía cuando lo conocía en aquel bar, al principio atento y amable, luego más tarde canalla y cabron sobre todo cuando bebía. Qué guapo era el muy cabron con sus vaqueros ajustados, su camiseta ceñida marcándole todos sus abdominales, sus ojos almendrados verdes con un mirar que te dejaba paralizada igual que una serpiente hipnotiza a sus presas, se me acerco lentamente mostrándome una hilera dientes blancos como la leche, cuando abrió la boca quede prendida a la entonación de su voz, gilipollas de mi que no supe ver lo que había detrás. Pronto me conquisto el muy canalla, cuando me tuvo bien agarrada empezó a no dejarme ver a mis amigas argumentando el muy cabron que me quería solo para mi, y yo tonta de mi le hice caso de lo enamorada que estaba, y empecé poco a poco a alejarme de ellas, el siguiente paso fue separarme de mi familia así me tenia controlada, ¡que ciega estaba!.
La primera bofetada me la pego en Navidad, cuando regresaba de la fantástica cena de empresa a la que el si podía acudir pero yo no, en la discusión que sobrevino cuando llego borracho a casa es cuando me la pego. Con la boca abierta me quede, ahí es donde me tendría que haber marchado abandonándolo, me dio pena al día siguiente y así me fue. A esta siguieron otras muchas y continuas visitas al hospital, siempre le perdonaba, luego paso al maltrato sicológico consiguiendo convertirme en una piltrafa asquerosa.
Todo paro durante una temporada al quedarme embarazada y conseguí ser feliz durante un tiempo, pensé que había cambiado, ¡Ilusa, tonta que fui!, al poco de dar a luz me arreo tal paliza que me dejo cuatro días en cama. Me dispuse a abandonarle e irme con mis padres, me amenazo con quitarme a mi hijo y me quede. El chico creció y vio lo que me hacia su padre sufriendo el a su vez.
Ahora después de tantos años me encuentro aquí de pie en la cocina mirando cómo se desangra debido a la cuchillada que le he metido en todo el cuello. Y es que ahora ¡Quería pegarle a mi chico! Y eso no lo podía consentir.

Esto quiere ser a mi manera un homenaje a esos cientos de mujeres maltradas en todo el mundo, desde aquí en mi pobre vocabulario transmitirles toda mi fuerza y apoyo.

¡NINGUNA MUJER MALTRATADA MAS!

José Manuel Angulo García
Zaragoza España 21 de Mayo de 2010

20 mayo 2010

MUJERES ENCARCELADAS CON SUS HIJOS

.

Estos impresionantes relatos son los que no se pueden tolerar y son los que se tienen que juzgar.


(PURGAS DE RICINO) La propaganda franquista tapó la crueldad aplicada
por la
represión del régimen a las mujeres republicanas/
El castigo del franquismo sobre las mujeres fue doble. Por “rojas” y por “liberadas”. De una punta a otra de la España sublevada,
se repitieron los mismos métodos de tortura física y psicológica. Se
pueden resumir en tres: las purgas con aceite de ricino para que su fuerte poder laxante depurara su “tóxico interior”, raparlas al cero para censurar su supuesto libertinaje, y la prohibición absoluta de mostrar cualquier tipo de luto a las viudas, hermanas y madres de fusilados. Muchas murieron presionadas para que delataran a sus parejas. Otras quedaron presas en la posguerra. Sin embargo, la
estrategia franquista diseñó un plan para que las únicas víctimas
femeninas que salieran de la memoria del conflicto fueran las monjas, a
pesar de que murieron poco más de 280 religiosas. Unas cifras muy
alejadas, por ejemplo, de las casi 500 mujeres que murieron en la
cárcel de Burgos a manos de los franquistas. Y más lejos aún de las
5.000 reclusas republicanas de la cárcel de Ventas (Madrid), a pesar de
que su capacidad sólo era para 450 personas. Dolores
Ibárruri, La Pasionaria, fue recibida en 1977 de su exilio en Francia
por una auténtica multitud. Entre el público apareció un grupo de
mujeres con un atuendo inesperado y un ramo de rosas rojas. Eran
monjas. ¿Religiosas recibiendo a una histórica dirigente comunista? En
la memoria de estas mujeres pervivía el momento en el que La Pasionaria
las protegió de los ataques de unos milicianos en un convento del
Madrid asediado de la Guerra Civil. La anécdota es de la inacabable
cosecha del poeta comunista Marcos Ana, presente en aquella festiva
recepción.Desde la muerte de Franco, decenas de historiadores
trabajaron para desmontar los mitos históricos de la dictadura. Una
interpretación dirigida por la jerarquía católica que mencionó con
intencionada frecuencia las atrocidades cometidas contra las novicias.
Pese a que, como es obvio, no debió morir ninguna, de una población de
45.000 monjas en 1931, fueron asesinadas 283, según los estudios de
1961 del obispo Antonio Montero Moreno que recoge el historiador Julián
Casanova en La Iglesia de Franco (Crítica). El régimen cultivó una
imagen paternalista sobre las mujeres, a pesar de reservar para ellas
un espacio ínfimo en la vida pública.“Los hijos no importaban”Los
investigadores
han encontrado descripciones sanguinarias. Fernando Obregón ha
documentado la muerte de 116 mujeres en Cantabria desde 1937, cuando la
provincia fue tomada por Franco. “A muchas las mataron sólo porque no
pudieron atrapar a sus maridos que habían conseguido huir a Francia o
estaban en el frente. No les importaba que tuvieran hijos o que
estuvieran embarazas”, resume. Y señala dos casos: una mujer de Los
Corrales fue fusilada pese a tener siete hijos, el menor de 10 años, y
otra, en Puente Viesgo, recibió la humillación de un cura por tratar de
lavar la ropa en el río un domingo. “Le tiró el balde al agua y le
dijo: ¿No sabes que no se trabaja los domingos?”. La humillación
continuó en la posguerra y, en ocasiones, más de una fue expulsada de
su pueblo.Muchas otras sufrieron la tortura de la prisión. Es
el caso de Blanca Brissac, la mayor de las 13 rosas, las mujeres del
penal de Ventas fusiladas en agosto de 1939. Blanca tenía 29 años, no
había ocupado ningún cargo político relevante y “era muy religiosa”,
tal y como describe el periodista Carlos Fonseca, autor de Trece rosas
rojas (Temas de hoy). Fusilaron a toda su familia. Sobrevivió su hijo
Enrique, que guarda la carta que su madre le escribió antes de morir.
En la misiva, Blanca le pedía que no guardara rencor a los verdugos, y
le rogaba que hiciera la comunión bien preparado, “tan bien cimentada
la religión como me la enseñaron a mí”, decía.Las condiciones
de la prisión marcaron a las supervivientes. “A algunas les pusieron
cuñas en las uñas, y les dieron corrientes eléctricas en los dedos y en
los pezones”, cuenta uno de los testimonios recuperados por la ex
presa republicana Tomasa Cuevas. El documental Del olvido a la memoria.
Presas franquistas, emitido en La Sexta, recuperó los recuerdos.
“Hubiera preferido que me siguieran dando palos antes de ver a una
compañera salir para no volver”, describe en aquel reportaje Concha
Carretero .Para Cayetano Ybarra, investigador en Extremadura,
aquellos castigos tenían mucho que ver con la concepción social que el
franquismo tenía de la mujer: “Era un objeto sexual de usar y tirar,
una sirvienta, como la describe Primo de Rivera en las normas de la
sección femenina. Por contra, en el bando contrario, formaban parte del
Ejército”. Esas posiciones enfrentadas explican el salvajismo de la
represión. “El gobernador militar llegó a mandar a las farmacias que
ahorraran todo el aceite de ricino posible. Las pobres defecaban vivas
en mitad del pueblo”, detalla.Pretendientes vengativosLa mayoría eran
atacadas por su relación con republicanos, pero no faltaron las
rencillas personales. Como el caso de Amparo Barayón, esposa del
escritor Ramón J. Sender, fusilada en Zamora por Santiago Vilora, un
pretendiente al que había rechazado en su juventud. En la cárcel, como a
otras mujeres, le arrancaron a su hija de seis meses de los brazos.
“Los rojos no tenéis derecho a tener hijos”, le dijo uno de los
guardianes, según relata Casanova en su libro. No existen números
globales de mujeres asesinadas. En lugares concretos como Zaragoza,
ciudad investigada por Casanova, el desfase entre la represión
practicada por uno y otro bando es importante. En las comarcas
orientales dominadas por milicianos anarquistas, murieron 17 mujeres.
En las falangistas, asesinaron a cerca de 300. Otro recuento
basado en los registros civiles es el de las 65 mujeres maestras
“depuradas” en la provincia de Salamanca. Su posición pública las hizo
un objetivo fácil. El Tribunal de Responsabilidades Políticas dictó el
fusilamiento de Esther Martínez Calvo, maestra de Salas de los Infantes
(Burgos), bajo el siguiente informe de la Guardia Civil: “Envenenaba a
los niños con sus doctrinas y propugnaba por el amor libre”. El párroco
colaboró en el linchamiento: “Su condición moral y religiosa ha sido
del todo negativa. Me aseguran que aún en sus vestidos lleva los
colores de la bandera comunista. En fin, que es una niña de mucho
cuidado”.

15 mayo 2010

Por Mi Madre y mi Abuelo

Por mi Madre y mi Abuelo, asi se titula el articulo publicado hoy en el plural y que os pongo a continuacon por lo bueno que es, espero que lo disfruteis y lo leais atentamente, porque no solo el fascismo hizo daño a la izquierda si no tambien a gente de derechas con valores.


Por mi Madre y mi Abuelo de Beatriz Gimeno
articulo del Plural.




Por mi madre y mi abuelo


El viernes me llamó mi madre cuando estaba durmiendo la siesta y me puse de muy mal humor. Me pongo así cuando me despiertan, tengo muy mal despertar. Me dijo: “Han suspendido a Garzón” y yo pensé: “Vaya noticia”. Lo había visto en el telediario y, además, era lo esperado. No había sido en absoluto una sorpresa. Volví a dormirme y cuando desperté la llamé a ver qué quería. No me contestó y yo dediqué la tarde a hacer mis cosas. No pude ir a la concentración delante de la Audiencia pero estuve hablando por el móvil con gente que estaba allí, tuve que quedarme en casa.
En fin. A las ocho de la tarde por fin mi madre descolgó el teléfono. Estaba llorando, me asusté mucho, pensé que la había pasado algo y así era pero no lo que yo pensaba. Me dijo: “Han suspendido a Garzón”. “Ya lo sé, era lo que se esperaba, pero aún hay que juzgarle”, dije yo, “pero ¿qué te pasa?”. Y volvió a repetir: “Los fascistas han echado a Garzón”, y añadió llorando: “Tú no sabes lo que eso significa para mí”. Me quedé helada, es cierto. En ningún momento de este proceso he pensado en mi madre, hija de un militar republicano a quien ella, cuando era niña, siguió por varios campos de concentración en España. No lo pensé, mi madre no habla mucho de política, ni de fascistas, ni de la guerra.


El viernes sólo acertó a decir eso: “Tú no sabes lo que eso significa para mí” y después añadió: “Tener que ver a esos fascistas, asesinos, que nos destrozaron la vida, y verles ahora diciendo que ha triunfado el estado de derecho…No hay estado de derecho, no hay nada, ellos ganan siempre”. La verdad es que no supe qué decir a mi madre, la tranquilicé, le aseguré que Garzón será declarado inocente y colgué muy nerviosa, nunca la había visto así.


Después, por la noche, pensé en mi abuelo. Era militar de carrera y un hombre de ideas que hoy consideraríamos conservadoras. Desde luego no era de izquierdas. Por eso, un día, siendo yo una adolescente de izquierdas que se peleaba con él le pregunté, rabiosa, que si era tan conservador por qué había luchado por la República. Me miró muy extrañado y me dijo: “Porque eso fue lo que yo juré. Juré lealtad a la República sabiendo lo que juraba, nadie me obligó. Yo nunca traiciono un juramento. Fui leal, simplemente.” Perdió la guerra, fue condenado a muerte, se la conmutaron finalmente y pasó años en varios campos de concentración. Después fue depurado, no podía trabajar, sufrió humillaciones sin nombre, como mi abuela, como mi madre. Mi madre dice que su infancia fue un infierno.


Esa misma humillación la sentimos muchas personas el viernes. No es sólo por Garzón por lo que ahora nos sentimos humillados. Es que en todos estos años de democracia no hemos podido ver la justa reparación para quienes dieron la vida por mantenerse leales, por no traicionar. Y no es sólo ver a Garzón injustamente apartado, es mucho más que eso. Es que, en realidad, mi madre tiene razón. Es que los fascistas han vuelto a ganar, como entonces. Espero no morirme sin ver a Varela juzgado por prevaricador.


Beatriz Gimeno es escritora y ex presidenta de la Federación Estatal de Lesbianas, Gays, Transexuales y Bisexuales


Fuente: el plural.com

04 mayo 2010

A ti Mama

A ti mama que me diste la vida,
A ti que cada vez que sonríes,
Iluminas el mundo.
A ti que con la paciencia que tuviste,
Me hiciste un hombre.
A ti porque con tu trabajo,
Me diste de comer cuando las cosas fueron mal.
Porque con tu esfuerzo y sacrificio,
Fuiste capaz de sacarnos adelante.
Porque cada vez que me miras,
Haces que dos lágrimas rueden por mis mejillas.
Y ahora miras a tu nieto,
Asomando al brillo, de tus ojos amor y ternura.
Ya eres mayor y cuando te miro,
Veo con amor, a la mujer que,
Me dio la vida.
Dedicado a mi madre, una de las dos mujeres que hay en mi vida.

José Manuel Angulo García
Zaragoza